1. ¿Qué implica que algo "tenga sentido"?
La noción de sentido es ciertamente dificultosa de abordar por diversos motivos que seguidamente analizaremos. En primer lugar, porque sentido es un término que posee muchas acepciones o que apunta a nociones notablemente diferentes. En segundo lugar porque, a pesar de sus múltiples acepciones, intuitivamente las personas parecen saber de qué se habla cuando se habla de que algo tiene sentido, aunque es muy difícil que tales personas puedan explicitar adecuadamente el carácter de tal intuición. En función de todo esto, aunque no ingresaremos en un profundo análisis del tema porque excede la finalidad del presente texto, sí, en cambio, trataremos de profundizar en la noción de sentido en tanto la misma se refiere a la realidad esencialmente humana que intentamos atrapar al utilizar tal palabra, analizando el modo como la misma se vincula a la educación humana.
Para nosotros, en función de la finalidad de este análisis, a la noción de sentido la consideraremos análoga a la noción de significado e implicará, además, la consideración de una serie de elementos y de su íntima relación entre ellos.
En primer lugar, para hablar de genuino sentido o significado humano, para nosotros es absolutamente necesaria la existencia de una naturaleza humana creada por Dios que posea una esencia individual producto de la voluntad divina que se oriente hacia un fin último y específico trascendente que sea Dios mismo. Para el lector agnóstico o ateo esta aseveración precedente podrá sorprenderlo gravemente. Sin embargo, tal aseveración es para nosotros esencial porque, por un lado, somos enteramente creyentes y cristianos y, por otro lado, porque también admitimos un profundo sin sentido completo de la existencia humana, y de las actividades bajo tal forma de vida realizadas, si no existiera un Dios creador que crea al hombre y, al crearlo, lo crea para Él de tal modo que solo en Él o en lo creado que participa de Él podrá encontrar los diversos grados de sentido aplicables a su vida. Por ende, para nosotros, parafraseando a Fedor Dostoievski, no solo si Dios no existe todo estará permitido sino también si Dios no existe nada tendrá profundo y final sentido. La misma noción de sentido será, ante la ausencia de Dios, o un mero sin sentido o una construcción completamente arbitraria manifestada positivamente por el hombre.
¿De dónde le viene el sentido a lo que tiene sentido? ¿Puede un genuino sentido o significado de lo humano ser algo enteramente arbitrario, sencillamente propuesto de forma arbitraria por el mismo hombre? Creemos que no. ¿Por qué, si Dios no existe, nada en la vida humana tendrá sentido último y final? En primer lugar, es importante aclarar que, si se concibe una existencia sin Dios, es decir, si se concibe al ser humano como arrojado a la existencia, para utilizar la expresión heideggeriana, y abandonado en la misma sin provenir de ningún lado, las cosas y actividades del ser humano podrán tener solamente un sentido inmediato y próximo propuesto por el ser humano mismo, en tanto las mismas se orienten hacia un objetivo próximo y arbitrario. Sin embargo, en tal caso no habrá un sentido final y último propuesto por algo que exceda entera y trascendentalmente al ser humano, sino que solo existirá un sentido meramente próximo y limitado, el cual será siempre impuesto arbitrariamente por el ser humano mismo y, de este modo, será, no solamente enteramente caprichoso sino completamente insuficiente para los profundos anhelos de completud y perfección trascendente de la naturaleza humana. El ser humano tiene tales anhelos y tal ansiedad de plenitud, que nada natural, secular o humano lo termina de satisfacer nunca. Todo almuerzo secular lo deja siempre con hambre. Aunque reniegue de ello, posee siempre un hambre de trascendencia que lo consume. Por esto mismo, sin que exista un Dios que brinde un fin último trascendente para la vida humana, luego de ese objetivo próximo, mundano y humanamente propuesto, no habrá absolutamente nada. Y en esa misma nada se encontrará la desesperación misma del ser humano que anhela un todo superior y trascendente que pueda calmar sus ansias existenciales.
¿Puede, entonces, el sentido profundo de todo lo humano, ser arbitrario y por ello mismo insuficiente? Como dijimos, puede serlo si se concibe un mundo sin Dios, porque el sentido de las actividades que el hombre realice podrán solo ser propuestas por él mismo, pero creemos que la misma naturaleza del ser humano, de carácter eminentemente intelectual y con un alma espiritual, al cual nada humano ni creado lo satisface de forma completa, acabada y final, requiere de un sentido existencial completo y último que la exceda y la complete, un sentido que sea a la vez su fin último en el cual se colmarán todos sus apetitos existenciales. Nos referimos a un sentido que tenga la real capacidad de nutrir de significado toda la existencia humana y todo lo que en la misma el hombre realice.
Pero, si Dios existe y todo tiene en verdad sentido, esto implicará que todo tendrá necesariamente sentido en sí mismo considerado, aunque puede no tenerlo para nosotros porque no lo hemos descubierto. Se trata de la existencia inauténtica heideggeriana. Esto implica que, si todo tiene en sí mismo sentido, pero no lo tiene para nosotros, es tarea humana esencial la búsqueda y el hallazgo de tal sentido. La educación, como tarea esencial y eminentemente humana, no escapa a esta vocación esencialmente humana por hallarle su fundamental sentido. Aunque dijimos que las cosas humanas pueden tener un sentido en sí mismas, es decir, que pueden tener una relativa autonomía en cuanto a su capacidad de tener sentido, debemos preguntarnos si esto es, en realidad, verdaderamente posible. El tema es que toda noción de sentido humana, aunque sea próxima y secularmente considerada, es decir, aunque tenga cierta autonomía respecto de las cosas divinas, de algún modo, para no ser una mera arbitrariedad y esconder, en el fondo, una vacuidad, ha de tener que participar de un sentido o significado supremo y trascendente. ¿De dónde obtendrá, si no, el sentido, lo limitado y parcial, si no participa del sentido trascendente? ¿De dónde surge el mismo fundamento para que el sentido parcial y limitado tenga sentido? ¿Si Dios no existiera tendría sentido la noción misma de sentido? Para ser genuinamente un sentido humano, aunque sea parcial y próximo, debe haber una cierta participación respecto del sentido último y trascendente de la existencia humana que es Dios como causa final de la misma.
Por otro lado, es menester aclarar que esa naturaleza humana mencionada, aunque no puede renegar de su fin último que es Dios en tanto no puede no quererlo, sí puede mantenerse alejado y ser renuente de él y, además, siempre puede elegir entre los diferentes caminos que conducen a tal fin. En esto radica su esencial y misteriosa libertad. Sentido, de este modo, es el modo en que se inscribe en nosotros algo que pensamos o hacemos en el camino hacia nuestro fin último que es Dios. Sin sentido, en cambio, es la falta o ausencia de tal alineación o la consideración misma de una existencia sin Dios.
2. El sentido como vinculación hacia un fin no arbitrario
De todo lo que venimos mencionando podemos decir que el sentido o significado de lo humano, sea tanto algo parcial y limitado como el sentido de una actividad laboral dentro de una organización, o sea algo más integrado como el sentido o significado de la vida humana integralmente considerada, requiere de un fin o causa final hacia el cual se oriente la actividad o la vida humana misma. De este modo, lo que no tiene sentido, el sin sentido, es lo que no tiene un fin último en sí mismo considerado, es decir, se trata de lo que acontece porque si, por mero y completo azar, sin justificación. El fin considerado como causa final implica razones, mediatas o finales, que siempre fundamentan el movimiento del ser humano hacia tal fin y, si se considera su vida entera como un movimiento hacia un fin último y trascendente que brinde genuino y profundo sentido a todas sus actividades, tal movimiento fundamentará también su existencia toda.
La orientación al fin implica que ese fin sea algo que, de algún modo, brinde cierto grado de plenitud a la naturaleza humana. Pero para que tal cosa suceda, tal naturaleza humana debe ser algo creado por el Dios trascendente que, justamente por tal motivo, crea a la creatura para que su plenitud sea, no cualquier cosa, sino solamente los bienes que participan de la máxima bondad divina y, definitivamente, para que finalmente su máxima y perfecta plenitud sea Dios mismo como Bien eminente al cual esa naturaleza creada aspira como a lo suyo naturalmente propio. Es decir, Dios crea a la creatura para Él, y solo en Él puede hallar profundo y final sentido. Aun así, los sentidos seculares y próximos han de participar de tal sentido supremo para poder ser, en verdad, humanos sentidos y, si no lo hacen, no tendrían razón de ser y, por lo tanto, no serían sentidos. De este modo, el sentido es esa sutil unión entre Dios y la creatura mediante la cual la creatura puede irse haciendo cada vez más plena solo recorriendo el camino que esa sutil unión señala. Así las cosas, todo sentido humano es tal en tanto la vida humana es capaz de alinearse, de algún modo y otro, con esa sutil unión propuesta por Dios al hombre. El sin sentido surgirá necesariamente, entonces, cuando el hombre reniegue o ignore ese camino planteado por el Creador, y proponga positivamente sus propios objetivos y caminos arbitrarios.
3. La visión como causa final que atrae a la naturaleza intelectual
Si reflexionamos sobre la noción de causa, es decir, sobre aquello que causa en nosotros ciertas cosas y no otras, tal reflexión nos debe orientar a profundizar en el conocimiento de la importancia de la visión, como una especie de causa final que nos atrae, en la ejercitación concreta de la educación. Las causas que se ponen en práctica durante el ejercicio de la educación son, en verdad, múltiples, pero una de ellas, la que nos ocupa en este apartado, la que corresponde a la visión, es una especie de causa especial llamada causa final.
La visión puede decirse que es el fin que persigue y busca alcanzar el ejercicio de la educación. De este modo podemos equiparar la noción de visión a la de objetivo o meta que es el saber personalmente anhelado. El fin se manifiesta, por su mismo carácter atractivo en tanto bien participado, como lo primero en la intención de los que desean educarse. Saber, calmar un siempre vigente apetito por conocer, descubrir las causas que se esconden tras todo lo que vemos, al decir de Santo Tomás, es ese fin que se comporta como un objetivo educativo. Querer saber es, para el ser humano de naturaleza intelectual, un apetito natural que, en tanto se satisfaga, lo volverá más pleno y feliz. El fin educativo comprendido como aquello que desde nuestras mismas entrañas queremos saber, es decir, las causas de lo que vemos y no terminamos de comprender en profundidad, nos brinda la razón del movimiento educativo hacia su mismo objetivo puesto que se incluye allí cierto conocimiento del bien que esconde la visión considerada como el fin educativo, y el deseo de alcanzarla. El influjo causativo de la visión como fin, es decir, el modo como impacta en nosotros ese deseo de saber, radica en el hecho de ser apetecido y deseado por el ser humano debido a su razón misma de bien. Lo bueno, como sabemos, por su misma razón de bien, tiene razón de apetecible para la voluntad humana.
Por ende, el que desea de por sí educarse, encuentra la razón de su movimiento en la causa final que propone la visión porque ella lo atrae por su razón de bien. Por esta razón, no puede haber genuina educación si alguien no quiere desde sí y de por sí educarse, en función de lo cual el educador solo podrá ser verdaderamente tal en tanto se transforme en alguien al servicio a ayudar al que quiere educarse a recorrer su camino para encontrar las respuestas a sus preguntas y cuestionamientos, es decir, ayudar a recorrer el camino propio del que quiere educarse y no el camino que el educador arbitrariamente proponga. La educación entendida desde la proposición de caminos arbitrarios será siempre mero adiestramiento humano. Querer desde sí y de por sí educarse implica descubrir ese apetito natural e intelectual que todos los hombres tenemos por conocer las causas de las cosas. Ese apetito debe ser un descubrimiento personal y nunca algo impuesto desde fuera de la persona y, en tanto lo sea, podrá decirse que es genuina educación.
4. ¿Qué quiere saber la persona individual?
Hemos dicho que el ser humano tiene un apetito natural por saber, lo cual implica un llamado en favor de un cierto avance por el camino del conocimiento de las causas de aquello que observa en el mundo. Sin embargo, dicha apreciación, aunque cierta, es enteramente genérica, motivo por lo cual tal vez no pueda decirle específicamente nada al hombre concreto e individual. Por ende, es vital preguntarnos: ¿Qué quiere saber ese hombre individual? Aunque el burócrata educativo estaría tentado a contestarnos, o el profesor académico pudiera escribir veinte manuales sobre las mejores respuestas a preguntas por nadie esgrimidas, la verdad es que no lo sabemos, lo cual implica que solo nos queda preguntarle a cada persona individual. Porque lo que puede querer saber una persona va variando notablemente en función de múltiples factores, como las edades de la vida, su grado de evolución psicológica y espiritual, sus condiciones particulares de vida, la cultura en la que se encuentra inmerso, las características de los paradigmas familiares en los cuales ha crecido, sus intereses personales en tanto los mismos son la manifestación de una esencia individual creada, etc. Por eso, nadie puede en verdad saber qué quiere saber cada hombre en cada momento sino solo él mismo, motivo por el cual una genuina educación debería centrarse en ponerse al servicio del descubrimiento, clarificación y explicitación de tales preguntas en la esencia de cada persona y momento a momento, para luego ponerse al servicio de comenzar a recorrer un camino que conduzca a ayudar a la persona a encontrar respuestas. Pero tales respuestas ya no serán una repetición de supuestos conocimientos o de información sino que, educación genuina mediante, serán siempre las razones personales formadas como respuestas a preguntas que son siempre personalísimas. Aquí el saber entendido como repetición, lo cual es la norma de la educación formal actual, no tiene cabida. La noción de saber se encontrará, entonces, enteramente redefinida para pasar a ser el conjunto de razones críticas que una persona puede dar ante las preguntas que su misma existencia le va sugiriendo. Saber no será ya dar respuestas repetidas a otros sino solo darse respuestas fundadas en razones críticas a sí mismo.
5. Adiestramiento versus educación
Así las cosas, es decir, advertidos de que el hombre posee un apetito natural por saber, apetito que, a su vez y como mencionamos, se individualiza en términos de cuestionamientos y saberes que cada persona puede tener en un momento determinado de su vida, educar genuinamente ha de ser siempre la tarea autogestionada o propuesta por un educador, de descubrir y explicitar tales cuestionamientos, y ayudar al recorrido de un camino que conduzca a ir encontrando respuestas a los mismos. De este modo, educar es ayudar a descubrir el camino propio de cada persona y ayudarla a transitarlo, mientras que adiestrar será siempre ignorar tal camino y proponer, a priori y por la fuerza, un camino desde afuera de la persona que nada tenga que ver con ella. Solo tendrá sentido para la persona el transitar un camino educativo que se encuentre centrado en encontrar respuestas a sus propias e individualísimas preguntas, mientras que el sin sentido educativo implicará siempre la sorpresa de encontrarse inmerso en la repetición de respuestas a cuestionamientos ajenos.

Dicho de otro modo: saber bajo los cánones del adiestramiento implicará solamente repetir respuestas ajenas a cuestionamientos ajenos. En cambio, bajo los cánones de una genuina educación saber será, no ya repetir, sino darse razones a sí mismo, razones personalmente generadas en forma crítica, ante las preguntas que surgen de la propia persona y que son enteramente relevantes para la misma. ¿Qué lugar tendrían, en un saber considerado de este modo, los exámenes tradicionales de la educación formal actual?
6. El sin sentido es el fundamento de la imposición adiestrativa de la educación formal
Como, en función de lo que venimos sosteniendo, tales respuestas repetidas a cuestionamientos ajenos no interesan ni jamás podrían interesar a la persona individual, el adiestramiento educativo solo puede proponerse mediante formas diversas de violencia y manipulación, tal como sucede en la educación formal de hoy en día. Dicho de otro modo: a una persona, como es natural y como surge de sus propias ansias por saber, solo le interesan las respuestas a aquellos cuestionamientos que surgen de sí misma, motivo por lo cual, si se le presentan respuestas a cuestionamientos ajenos, solo puede hacérselo de forma violenta e impositiva. Es decir, sus propios cuestionamientos surgen desde la misma persona porque son importantes y relevantes para ella, motivo por el cual solo le interesan las respuestas a tales cuestionamientos.
De este modo, para un ser humano, la educación tendrá sentido solo en la medida en que se oriente a tener presentes tales cuestionamientos y la búsqueda de respuestas a los mismos. Contrario es esto, el adiestramiento educativo ignora tales cuestionamientos personales e individuales y propone preguntas y respuestas enteramente ajenas. Obviamente, tales cosas no interesan a ninguna persona en tanto lo propuesto no encuentre sintonía con los cuestionamientos propios. Al no interesar, es decir, al descubrirse que la propuesta heterónomamente presentada no busca satisfacer el ansia de saber personal, que es lo único que da sentido a la educación, se generará automáticamente un sin sentido educativo, que transformará automáticamente educación en mero adiestramiento, motivo por el cual tal estrategia debe presentarse al hombre a través de un sistema impositivo y violento como es la educación formal de hoy.
Referencias
• Landolfi, Hugo, “Educación para la fragilidad”, Editorial Dunken, Buenos Aires, 2015.
• Landolfi, Hugo, “Psicología, Filosofía y Educación: El pensamiento de Clare Graves en diálogo con la filosofía y sus implicancias educativas”, Editorial Dunken, Buenos Aires, 2017.