Señor: ¿A quién iremos?

En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús dijeron al oír sus palabras: “Este modo de hablar es intolerable, ¿Quién puede admitir eso?”

Dándose cuenta Jesús de que sus discípulos murmuraban, les dijo: “¿Esto los escandaliza? ¿Qué sería si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida, y a pesar de esto, algunos de ustedes no creen”.
Después añadió: “Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”.
Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él.

Entonces Jesús les dijo a los Doce:

¿También ustedes quieren abandonarme?”

Simón Pedro le respondió:

“Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.


Evangelio de Juan (6, 60-69)

Jesús: Seños a quién iremos

Una cita bíblica, la palabra misma de Jesús de Nazaret, es, en un tiempo donde reina "la dictadura del relativismo", al decir de Benedicto XVI, implica, para muchos, un descarte inicial del tema, el cual ni siquiera amerita la mera consideración de su lectura.

Hoy, lo religioso es descartado a primera vista porque, siendo que el hombre se ha hecho él mismo dios: ¿Para qué necesita otro Dios? Una palabra que supuestamente provenga de una dios que no sea él mismo será , sin apelaciones, descartada.

Por eso, incluso, es casi imposible también el diálogo con otros seres humanos. Pero eso es tema para otro escrito, en todo caso.

Sin embargo, aun bajo las características que este contexto implican, queremos reflexionar respecto a este breve pasaje del Evangelio de Juan, en el cual consideramos que hay una genuina apelación a la existencia humana en general, más allá de que se sea ateo, creyente o agnóstico. Incluso aunque una persona se considere a sí misma un dios, considerándose "la medida de todas las cosas", como decía Protágoras.

Para aquellos que, aún en los tiempos actuales, pueden llegar a creer en algún tipo de deidad o, incluso, ser cristianos, podemos advertir una deformación: muchos de ellos adoptan una actitud tal de poner a Dios al servicio de sus propias vidas, como si fuera un comodín o como si fura el genio surgente de una lámpara al que se puede recurrir en todo momento para obtener beneficios de todo tipo.

Ya no, como en la "dictadura del relativismo", se propone que yo soy dios porque no hay Dios, sino que, habiendo Dios, ese Dios estará a mi servicio.

Ya no está el hombre al servicio de Dios, del cual es creatura, sino que Dios se transforma, narcisísticamente, en un servidor de los caprichos del hombre: "Dios para mí".

Así, la creatura pone a su servicio al Dios que la ha creado.

En el pasaje referido del Evangelio de Juan, justamente eso es lo que escandaliza a los que están escuchando a Jesucristo: que Él no está prometiendo, en general, tiempos de bonanza ni un buen pasar permanente, dar todo lo que le pidan, sino que está proponiendo algo brutal e incomprensible: la Cruz.

Santa Teresa de Jesús lo diría de otra manera: "Vivir en este mundo es como pasar una mala noche en una mala posada".

Obviamente, aquellos que buscan un "Dios para mí y dispuesto a servir mis caprichos", es decir, aquellos que buscan un Dios que les provea de sus necesidades y solo se ocupe de incrementar su bienestar, que solo sea capaz de allanarnos el camino que nosotros, unilateralmente, hemos trazado para nuestra propia vida, al encontrarse o encontrarnos con un Dios que, no solamente no promete ni provee eso, sino que nos señala el camino de la Cruz, que es el camino por Él propuesto, hace que, decepcionados, lo vayan abandonando.

"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame." Evangelio de Lucas 9:23

¿Quién podría negarse a una invitación tan atractiva?

Obviamente que estoy ironizando para remarcar que en el mundo de la sola búsqueda del placer inmediato en que vivimos hoy, esas palabras generan escándalo e invitan a la huída.

¿Cómo no abandonar a quien propone semejante camino?

La religiosidad narcisista e infantil dice: ¿Para qué quiero a un Dios que no cumple mis expectativas o que me propone un camino de cruz? O lo desecho o me armo un dios a mi medida. O mejor, me hago a mí mismo Dios, "la medida de todas las cosas".

Cuando Jesús advierte que muchos se escandalizan y lo abandonan ante su propuesta, les pregunta a sus discípulos: ¿También ustedes quieren abandonarme?

Pedro respondió algo que nos interpela existencialmente a todos los seres humanos, independientemente de que seamos creyentes o no:

"Señor, ¿a quién iremos?" Tú tienes palabras de vida eterna".

¿Qué está diciendo Pedro exactamente aquí?

En principio, nos parece, está planteando la disyuntiva entre, por un lado, una existencia humana que, considerada como una anormalidad que "aparece" en el medio de la nada, y que volverá a dicha nada para, finalmente, desaparecer definitivamente.

Esto se contrapone, por otro lado, a una existencia humana que pueda tener un fundamento ultimísimo y radical en el cual, en definitiva, se apoye y descanse la misma.

Es decir: O la existencia humana es algo efímero y fugaz entre dos nadas, antes del nacimiento y luego de la muerte, o es algo creado, llamado voluntariamente a la existencia por un Ser Supremo que, sacándola de la nada, la llama a permanecer por siempre en el ser, aun después de la muerte.

¿Qué consecuencias tiene para el hombre cada una de estas alternativas?

Es decir, resumiendo nuevamente: nos debatimos entre una existencia donde no hay Dios ni ser absoluto que sustente radicalmente la vida humana, es decir, nos referimos a una existencia que surgió de la misma nada y a la cual volverá indefectiblemente para desaparecer de forma completa y radical, y entre una existencia que sea el producto voluntario y querido de un Dios creador que la sostiene en el ser, y que jamás volverá a esa nada de la cual surgió antes de ser creada.

Jean Paul Sartre, al ser un filósofo coherentemente ateo, decía:

"Así, la pasión del hombre es inversa a la pasión de Cristo; ya que el hombre se sacrifica en cuanto hombre para que Dios nazca. Pero la idea de Dios es contradictoria y nos sacrificamos en vano; el hombre es una pasión inútil." Sartre, Jean-Paul, "El Ser y la Nada", Pág. 638.

Es hombre es una "pasión" porque hacemos cosas, nos entretenemos, deseamos, tenemos actividades, metas, objetivos, y creemos que estamos recorriendo un camino existencial de vida que puede llegar a tener algún sentido, pero todas esas "pasiones", son inútiles si no hay Dios. Es decir, sin Dios, todas esas actividades carecen del más absoluto y radical sentido. Todo da lo mismo. Todo es en vano. Ninguna decisión se impone sobre su contraria. Todo es arbitrario.

Sartre, al respecto, agregará:

"Muchos hombres saben, en efecto, que el objetivo de su búsqueda es el ser; y, en la medida en que poseen este conocimiento, desdeñan apropiarse de las cosas por ellas mismas e intentan realizar la apropiación simbólica del ser en sí de las cosas. Pero, en la medida en que esta tentativa participa aún de la seriedad, están condenados a la desesperación, pues descubren al mismo tiempo que todas las actividades humanas son equivalentes —pues tienden todas a sacrificar al hombre para hacer surgir la causa de sí— y que todas están destinadas por principio al fracaso. Así, lo mismo da embriagarse a solas que conducir pueblos. Si una de estas actividades prevalece sobre la otra, no será a causa de su objetivo real, sino a causa del grado de conciencia que posea de su objetivo ideal; y, en este caso, ocurrirá que el quietismo del borracho solitario prevalecerá sobre la vana agitación del conductor de pueblos." 
Sartre, Jean-Paul, "El Ser y la Nada", Pág. 841.

Lo que Sartre, creemos, está mencionado en el pasaje precedente, es al arbitrariedad absoluta de toda acción humana si no hay Dios de la cual, si se toma realmente consciencia, no puede más que conducir a la desesperación.

"El desamparo implica que elijamos nosotros mismos nuestro ser. El desamparo va acompañado de la angustia. En cuanto a la desesperación, esta expresión tiene un sentido extremadamente simple. Significa que nos limitamos a contar con lo que depende de nuestra voluntad, o con el conjunto de probabilidades que hacen posible nuestra acción." Sartre, Jean-Paul, "El existencialismo es un humanismo", Pág. 52.

Todo lo el que hombre hace lo hará en base, no ya a un objetivo real, es decir, algo en sí mismo objetivo y sustentable más allá del hombre, sino en base a un objetivo ideal, es decir, a algo meramente propuesto por él mismo, sin otro fundamento que ese. 

Y eso mismo conduce a la angustia y a la desesperación, inevitablemente.

En ese sentido, "...en la medida en que esta tentativa participa aun de la seriedad" ... "lo mismo da embriagarse a solas que conducir pueblos". Al ser todo relativo, sin fundamento último, todo da lo mismo.

"La tercera objeción es la siguiente: reciben ustedes con una mano lo que dan con la otra: es decir, que en el fondo los valores no son serios, porque los eligen. A eso contesto que me molesta mucho que sea así: pero si se ha suprimido a Dios padre, es necesario alguien para inventar los valores. Hay que tomar las cosas como son. Y, además, decir que nosotros inventamos los valores no significa más que eso: la vida no tiene sentido, a priori." Sartre, Jean-Paul, "El existencialismo es un humanismo", Pág. 82.

Obviamente esto es difícilmente admisible para la conciencia del ser humano el cual, para no pensar en ese vacío abismal que en el fondo implica una vida sin Dios, es decir, la angustia y la desesperación necesariamente imperantes y siempre acosándonos, se entretiene entre todos los menesteres que el mundo tiene para ofrecerle.

Sin embargo, eso no evita que la nada radical, es decir, el hecho inevitable de que la aniquilación definitiva de su propia existencia y de todos aquellos a quienes ama, los espere paciente e implacable para devorarlos.

¿Es tolerable, a la conciencia del hombre, una vida tal?

Aquí aparece un problema interesante porque parece que todo hombre necesita que su vida tenga un sentido absoluto. De ahí la angustia y desesperación de todo hombre, no solo de algunos, cuando Sartre indica que la vida no tiene sentido. "Hay que tomar las cosas como son", dice el filósofo, como un modo nihilista de resignarse a aceptar las cosas como son,

Pero si el hombre, no puede vivir sin sentido, deberá inventarse uno, aunque sea lábil y fugaz.

Esto implicará, sintéticamente, que el hombre sin Dios vivirá "como sí" Dios existiera, como si hubiera algo objetivo y real que fundamente, más allá de él mismo, su actuar vital.

De este modo, el hombre "juega" a que la vida tiene sentido, aunque el fundamento último de su pensar considere, como consecuencia tal vez no consciente, que no hay tal sentido.

Juega este juego porque si no, al decir de Albert Camus, si fuera coherente solo le restaría suicidarse.

Y sin embargo, hay algo que lo tracciona permanentemente a la vida, a perseverar en el ser.

La tensión entre una vida sin sustento y la necesidad de un sustento para la existencia hacen, que el hombre sin Dios, "juegue" la vida como si tuviera ese sustento que radicalmente necesita pero que, al mismo tiempo, niega.

Sin Dios no hay sentido, porque todo sentido es arbitrario. Si es arbitrario, cualquier sentido da lo mismo porque es propuesto por el hombre, como dice Sartre. Es decir, ninguno de ellos se impone sobre otro.

Si ningún sentido se impone sobre otro "...ocurrirá que el quietismo del borracho solitario prevalecerá sobre la vana agitación del conductor de pueblos.". O lo contrario.

Ahora volvamos a Pedro.

Pedro parece querer estar diciendo esto mismo recién planteado: ¿A quién iremos? Es decir, si tú no eres Dios, parece decirle Pedro a Jesús, no hay adónde ir porque, vayamos adonde vayamos y hagamos lo que hagamos, nada tendrá, en definitiva, un sentido último, y la nada existencialmente considerada se tragará toda nuestra insignificante vida y la de nuestros seres queridos.

¿Tomaremos nuestra propia existencia como si fuera un juego de simulación de sentido? Parece seguir diciendo Pedro. Un hombre serio y coherente no puede jugar ese juego.

En este sentido, Camus es mucho más coherente que Sartre al indicar las consecuencias últimas de sus posturas que, inicialmente, son similares.

Es decir, Pedro parece estar diciendo lo mismo que dijo Sartre: el hombre es una pasión inútil si no hay Dios porque "...Así, lo mismo da embriagarse a solas que conducir pueblos." Pero su respuesta, su salida, es diferente. Esto, no solo por estrategia, sino porque Pedro cree en Jesús.

¿Qué significa esto?

Pedro no solo reconoce que no hay donde ir y que solo Jesús tiene palabras de vida eterna sino que, al decir esto último, profesa su fe en su palabra. "Creo en ti", parece decirle Pedro a Jesús.

Pero esa creencia no es solo una cuestión de fe irracional, como se podría considerar en la cultura contemporánea. Pedro cree a Jesús porque entiende lo que Jesús ha venido predicando.

Cree toda su persona, la persona de Pedro, es decir, su inteligencia y su voluntad integradas: razón y fe, retroalimentándose.

No es una creencia a ciegas sino una creencia tal como la expondrá San Agustín algunos siglos después: "Creo para entender y entiendo para creer."

¿A quién iremos?, dijo Pedro, quien se dio cuenta profundamente que no hay a quien ir, porque si Jesús no es Dios o si no hay Dios, vayamos a donde vayamos y hagamos lo que hagamos, todo será inútil y sin sentido.

Por supuesto, el hombre de hoy podrá para evitar pensar en la nada que lo espera para tragárselo, entreteniéndose y evitando reflexionar en forma profunda sobre estas cuestiones, pero eso no evitará que la nada radical lo espere paciente para tragarse todas esas actividades completamente sin sentido que constituyeron su vida y la de sus seres amados.

La desesperación y la angustia lo espera si toma conciencia de ello, dice Sartre. De este modo, para evitar la desesperación, repetimos, el hombre se evade en mil quehaceres sin sentido.

Pedro está diciendo: si no hay Dios, si tú, Jesús, no eres Dios, no hay adónde ir porque será vano lo que hagamos, una "pasión inútil".

¿Somos capaces de escudriñar nuestra propia existencia de tal modo de poder advertir si solo estamos "jugando a vivir como si Dios existiera", aunque creamos que no existe?

¿Qué clase de vida es una vida tal?

Suicidio o rebeldía (Camus) o inventar sentidos arbitrarios (Sartre). Esa es la disyuntiva ante el abismo.

El hombre que así vive, evitando las consecuencias últimas de su modo de concebir su propia existencia, no toma su existencia seriamente. Como un niño, "juega" a vivir, pero su vida termina constituyéndose como un conjunto de arbitrariedades que nada valen las cuales, más temprano que tarde, perecerán y se desvanecerán en el vacío de la nada.

Y el vacío y la desesperación estará siempre ahí, acompañándolo.

Por eso Pedro, que no puede vivir esta contradicción, que no puede vivir la vida como un "juego", agrega: "Tú tienes palabras de Vida eterna", como diciendo: tú, Jesús, nos has mostrado —entendimiento— que tienes ese alimento definitivo que el alma del ser humano indefectiblemente busca, un sentido último radical para su vida, de tal modo de advertir que la nada aniquiladora no lo espere ya para tragárselo indefectiblemente y que no quede absolutamente nada de él.

Esto implica, repetimos, que Pedro hace una profesión de fe racionalmente fundada, como dijimos, razón que escapa a la visión reduccionista de sí misma que tan solo se la considera como calculadora, tan en boga en nuestros días: Pedro cree en Jesús, y esa fe tiene razones no logarítmicas que la apoyan.

En consecuencia, como una persona madura, intenta y se propone vivir "de verdad" su vida, no sin los tropiezos habituales de toda vida humana genuinamente vivida.

Así las cosas, vivir de verdad y en forma madura la propia vida puede significar solo dos cosas: primeramente, para el ateo, advertir el sin sentido desesperante de todo camino propuesto arbitrariamente por él mismo. De allí, vivir su vida coherentemente con eso o alienarse, evadirse de sí mismo.

En segundo término, para el creyente, implica a allanarse a recorrer el camino trazado para nosotros, no ya por nosotros mismos, sino por otro: Dios creador.

De vuelta, para que no queden dudas:

"El que quiera venir detrás de mi, que renuncie a sí mismo, que cargue su cruz cada día y me siga". Evangelio de Mateo 6,24-28.

"Qué renuncie a sí mismo..." implica renunciar a un camino existencial propuesto por el hombre mismo, desde sí mismo y por sí mismo.

Muchos de nosotros, creyentes, por eso nos enojamos cada tanto con Dios: todo va bien en tanto el camino de Dios sea similar al propuesto por nosotros. Cuando el camino de Dios propuesto para nosotros se aleja del camino por nosotros ideado, no lo aceptamos.

Por otro lado, y como última reflexión, quiero reparar en el tema del "juego" de una vida "como si" tuviera sentido que hace el no creyente. Más allá de evitar la desesperación inevitable de tomar conciencia de ello: ¿habrá otra razón que justifique que todos los hombres hagan lo mismo?

Tal vez sea hora de pensar que el hombre, ya algo dijimos al respecto, necesita radicalmente de un sentido pleno y fundante de su existencia. Si, negando a Dios, no lo tiene, lo inventa, porque no puede vivir sin él. ¿No será, como dijo San Agustin, que estamos hechos para Dios?

"Nos hiciste para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti". San Agustin, "Confesiones".

Bibliografía:

  • Camus, Albert, "El mito de Sísifo", Editorial Losada, 18va. edición, Buenos Aires, 2004.
  • Camus, Albert, "El hombre rebelde", Editorial Losada, 14ta. edición, Buenos Aires, 2003.
  • Landolfi, Hugo, "El hombre ante el olvido de Dios", Editorial Dunken, Buenos Aires, 2011.
  • Sartre, Jean-Paul, "El existencialismo es un humanismo", Editorial Edhasa, Barcelona, 2009.
  • Sartre, Jean-Paul, "El Ser y la Nada", Editorial Losada, Buenos Aires, 2008.
  • San Agustín, "Confesiones", Editorial Porrúa, Ciudad de México, 1991.
  • Zanotti, Gabriel, "Existencia humana y misterio de Dios", Editorial Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino, Tucumán, 2009.
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