Pobreza económica del adulto: La educación formal como causa principal
Es interesante advertir que, tradicionalmente, nuestra cultura sostiene que la educación formal es el mejor camino y la vía más regia para minimizar las posibilidades de que las personas que hayan pasado a través de tal sistema educativo sean pobres, tengan limitaciones materiales o sufran restricciones económicas en su vida adulta. Es decir, nuestra cultura tiende a asociar a la pobreza o a la situación de restricciones materiales en la vida adulta de las personas, entre muchas otras causas, con una causa principal y prioritaria, la cual es la falta de educación de las personas. De este modo, el pobre es casi siempre el “no educado” y es, justamente, pobre, por no estar educado. Es importante mencionar que “educación”, para quienes sostiene tales ideas, se considera como tal solo en la medida en que sea provista por el sistema educativo formal.
Ningún otro tipo de aprendizaje se considera genuinamente educativo bajo este canon de pensamiento. Esto implica que la persona “educada” es la que ha asistido a la escuela formal, mientras que la persona “no educada” es el que no ha asistido a la misma o la que lo ha hecho en forma limitada o insatisfactoria. Por esto mismo suele sostenerse también, bajo esta línea de pensamiento, que el que ha asistido a la escuela formal y ha aprobado la misma “por poco”, es decir, sin haber estudiado demasiado, esa misma persona, el “mal alumno”, justamente por no haber estudiado y por haber sido mal alumno, es la razón por la cual se sostiene que es pobre o que tiene limitaciones materiales en su vida.
“Ve a la escuela, estudia mucho, gradúate con las mejores notas y así podrás conseguir un buen trabajo que te permitirá tener un adecuado futuro económico y llegar a ser alguien en la vida”, es el mensaje usual que representa este modo de pensamiento, el cual, típicamente y para peor, lo hallamos en boca de padres y progenitores para con sus propios hijos. Imaginemos el peso que este tipo de mandatos tiene para los hijos que lo escuchan repetitivamente desde su más corta edad, y el modo como ese peso condiciona su grado de libertad de acción respecto de tal mandato en sus vidas adultas.
“Ve a la escuela, estudia mucho, gradúate con las mejores notas y así podrás conseguir un buen trabajo que te permitirá tener un adecuado futuro económico y llegar a ser alguien en la vida”.
Al contrario de esta creencia notablemente extendida en la cultura contemporánea, creencia asumida acríticamente y defendida al modo de una superstición típica de los superficiales tiempos que corren, nosotros sostenemos que sucede enteramente lo contrario: que una de las causas en función de las cuales la gente tiene muchas más chances de ser pobre o de tener limitaciones económicas y materiales en su vida adulta, consiste en haber transitado numerosos años dentro de la educación formal. Es decir que, si una persona, queriendo ser un buen y obediente hijo, lo cual es obviamente lo más común, sigue la máxima recientemente mencionada que implica: “Ir a la escuela, estudiar mucho, graduarse para conseguir un buen trabajo de modo tal de poder acceder a un buen futuro económico para llegar a ser alguien”, lo que sucederá será lo contrario dado que, en la escuela formal, no se ayuda a desplegar las potencialidades y dones más profundos de cada persona individual, del cual despliegue dependerán, en gran parte, sus posibilidades de desarrollo económico futuro, como pronto veremos.
Este resultado es tanto peor cuanto más haya logrado, tal sistema formal de educación, cumplir con uno de sus propósitos esenciales, aunque velado y tácito, el cual consiste, en nombre de la más elevada educación, en solo adiestrar y amaestrar seres humanos logrando, de este modo, invalidar a las personas que hayan pasado a través de tal sistema, transformándolas en verdaderamente inhábiles y dependientes y, por ende, constituyéndolas como verdaderos mendicantes laborales al culminar sus estudios secundarios o universitarios.
El resultado de esto implica advertir que la gran mayoría de los graduados secundarios y universitarios, luego de haber consagrado obligatoriamente la mayor parte de su vida a la educación formal, no manifestarán el más mínimo interés en desarrollar un proyecto personal y existencial orientado hacia el ámbito laboral y, en el raro caso de que manifestaran tal interés, no sabrían cómo llevarlo a cabo. De este modo, el graduado típico de la educación formal es un mendicante laboral invalidado que solo aspira a trabajar como un engranaje ciego, y en una forma enteramente carente de sentido, en proyectos laborales ajenos. El lastimoso reclamo: “¡Un trabajito por el amor de Dios!”, se constituye como el lamento cotidiano del graduado típico de la educación formal y, a su vez, se manifiesta como la declaración tácita de una invalidez y de una anulación personal que el sistema formal de educación ha llevado a cabo con maestría, aunque con sigilo, bajo el aplauso de padres indolentes y adormecidos que obligan a sus hijos a seguir ese camino repitiendo hasta el hartazgo la perversa consigna mencionada.
“¡Un trabajito por el amor de Dios!”
Educación formal y desarrollo económico: un vínculo contradictorio
Como acabamos de mencionar, tal vez desde los comienzos del desarrollo y de la imposición violenta de los sistemas educativos formales actuales de carácter fuertemente iluminista, en base a ese mismo iluminismo que aún hoy nutre toda la educación formal, se ha llegado a la extendida y consolidada creencia de que el bienestar económico futuro de los alumnos, es decir, de esos alumnos en tanto adultos, depende mayormente de su pasaje por tal sistema educativo formal iluminista. Es decir, se asocia acríticamente a la educación, concebida sólo como un pasaje a través del sistema educativo formal, con un cierto bienestar económico futuro. De este modo, el pobre, o el que no puede desplegar un adecuado nivel de desarrollo económico en su vida adulta, se lo asocia siempre con una falta de educación entendida la misma, de nuevo, solamente como el pasaje a través del sistema educativo formal y de ningún otro modo.
De este modo, los pobres son o los que no han podido ir a la escuela formal, o son los que han ido y no han prestado la suficiente atención a los temas impartidos. Esto implica que se vincula lineal y unívocamente el escaso desarrollo económico del adulto con la imposibilidad o renuencia que ha tenido la persona para dejarse adiestrar por el sistema educativo formal. El hombre-máquina resultante de este sistema educativo formal de carácter iluminista, sería un ser humano reducido a ser una máquina laboral que en tanto tal, en la medida de que acepte funcionar adiestrado tal como se le ha enseñado través de tantos años de una supuesta educación, será el que finalmente vaya a poder progresar económicamente en su vida.
El que no se haya adaptado a ese sistema, ya sea porque no haya tenido las posibilidades de concurrir en forma sistemática a la educación formal o, si ha concurrido, se suponga que no haya prestado la suficiente atención y se haya transformado en el ya mencionado “mal alumno”, lo cual en nuestros términos es un héroe que no se ha dejado adiestrar, esa persona, supone este modo de pensar, es por esas mismas causas que no se ha desarrollado económicamente.
En función de estas ideas, es común escuchar aún hoy en día, ya bastante adentrados en el siglo XXI, a políticos que tienen en sus manos las estrategias educativas de las naciones, seguir mencionando a diestra y a siniestra que la educación, siempre considerada como mero y velado adiestramiento a través del sistema educativo formal, es la clave del futuro de la nación y del bienestar de sus individuos. Este tipo de mensajes, complementario al mandato paterno ya mencionado, son música para los oídos de una población adormecida y acrítica que, aunque sinceramente, pueda creer que la educación formal iluminista sea la base del desarrollo, es decir, que promulgue que el adiestramiento de seres humanos sea indispensable para el desarrollo económico de las naciones.
Nosotros vamos a analizar en este breve artículo, y a dar nuestras razones respecto de que estas ideas, para nosotros, no solamente están radicalmente equivocadas sino que el sistema educativo formal genera exactamente lo contrario de lo que se supone: que aquellos que pasan a través de tal sistema educativo formal, no solamente no tienen mejores chances de desarrollarse económicamente en su vida adulta sino, por el contrario, que quienes lo hacen tienen grandes chances de quedarse durante toda su vida en la pobreza o en la miseria debido, justamente, a haber pasado través del sistema educativo formal durante tantos años, encarnando en sus propias vidas y en sus propios cuerpos todas las limitaciones que tal pasaje, en general, genera: inhabilidad para el desarrollo y despliegue personal, imposibilidad de descubrir los dones y potencialidades específicos de las personas de modo tal de poder plasmar esos dones y características específicos en un proyecto laboral existencial que sea capaz de ofrecer un alto valor, transformado en productos o servicios, en un mercado libre que pueda ser retribuido por los favores del dinero de los consumidores que los demandan.
El perfecto y perverso diseño del habilidoso pobre profesional
La perspectiva recientemente planteada puede sorprender al lector incauto o al padre genuinamente bien intencionado, motivo por el cual nuestra pretensión, en el presente artículo, consistirá en brindar las razones que fundamenten tales apreciaciones, para abrir las mismas a la adecuada crítica.
Es evidente que el grado de pobreza o de éxito económico de un adulto depende de un conjunto muy variado de factores que nosotros de ningún modo desvalorizamos: entre ellos podemos mencionar a la condición sociopolítica del país que se habite, el grado de apertura de la economía, el grado de escasez relativo, el grado de libertad económica, el grado de carga impositiva al sector productivo, el haber recibido o no los favores de la esquiva suerte, el haber nacido en una familia rica o en una pobre, etc.
Sin embargo intentaremos, en nuestra exposición, sin negar todos esos múltiples factores que pueden generar las condiciones para una mayor pobreza o riqueza, en términos generales, de la población adulta de un país, intentaremos, decíamos, analizar qué influencia tiene el pasaje de las personas, desde su más corta edad hasta, por lo menos, el final de su adolescencia, a través del sistema educativo formal, en cuanto a las posibilidades de que esa persona, en tanto ser humano adulto, pueda tener un adecuado desarrollo económico o, caso contrario, advirtamos que se lo haya inhabilitado e invalidado de tal modo que tal desarrollo económico haya de volverse ciertamente dificultoso cuando no imposible. Dicho en términos sencillos, intentaremos responder a la pregunta: ¿Ayuda la educación formal a favorecer el desarrollo económico de los adultos o lo dificulta?
En nuestra respuesta advertiremos que, en forma enteramente sistemática, debido a la dinámica intrínseca y a la esencia profunda del sistema formal de educación, la persona que, en carácter de potencia, al ingresar a tal sistema, tiene por desarrollar un conjunto único, específico y altamente valioso de dones y de habilidades personales, tales posibilidades de desarrollo dentro de tal sistema se ignorarán completamente anulándose, de este modo, las fuentes más genuinas de valor que se esconden en la esencia de todo ser humano.
Al hacerse esto, es decir, al anular, ignorar e invalidar al brillante diamante en potencia que duerme dentro de cada persona, se la termina constituyendo como alguien sin valor propio, motivo por el cual no tendrá nada genuinamente valioso y diferente para ofrecer en un mercado de intercambio de bienes y servicios, en el cual los mismos sean fruto de las potencialidades únicas de cada persona y se encuentren vinculadas a tal valor. De este modo, en lugar de ayudar a cada persona a transformarse en una fuente y usina de profundo y genuino valor, el cual ha de surgir de las condiciones únicas de su esencia individual, la educación formal se ocupa de transformarla en algo meramente sin valor al ignorar radicalmente lo que cada persona se encuentra llamada a ser.
Al hacerse esto, al denegar la fuente de valor genuina de cada persona de modo tal que la misma quede sin desarrollarse, se conformará a esa persona como un pobre profesional, es decir, se la transformará en alguien profundamente entrenado, y con la destreza más que suficiente, para casi nunca poder desplegar adecuadamente lo que duerme en su esencia individual en forma de valor transformado en productos o servicios que otros seres humanos puedan preferir en un mercado de intercambio libre y no coactivo. Esto implica que la escuela formal nos entrena para ser enteramente habilidosos en el difícil arte de ser pobres y carenciados y, sin embargo, culturalmente tenemos a dicha escuela formal como la solución a la pobreza.
Una muy breve noción sobre el valor
Aunque muchas ideas respecto del valor, provenientes de diversas escuelas de teoría económica, se encuentran vigentes, especialmente en los países más pobres y retrasados del tercer mundo, como por ejemplo las ideas típicas referidas al “valor trabajo” provenientes del marxismo, es claro para nosotros que solamente las ideas de valor que subyacen a la economía de mercado brindan la explicación más verosímil al respecto al proponer, por ejemplo, que una persona ha de recibir una contraprestación económica proporcional al carácter del valor percibido por el consumidor respecto del producto o servicio que tiene para ofrecer al mercado, lo cual se conjuga con otra variable, la cual es la oferta de trabajo, en tanto tal oferta implica un trabajo indiferenciado.
Manteniendo constante la cantidad de oferta de trabajo, es la interacción entre valor y recompensa monetaria la más sana, justa y ecuánime forma de retribución, siendo que todas las demás, es decir, por ejemplo aquellas que provienen del intervencionismo estatal en cualquiera de sus géneros, o las que provienen del marxismo, intervienen sobre la mencionada fórmula retributiva distorsionando la recompensa económica que la oferta de valor genuino tiene para las personas, ya sea apropiándose de parte de esas recompensas a través de impuestos o de otros métodos violentos, ya sea inflando o desinflando artificialmente las mismas, ya sea de muchos otros múltiples modos en que los estados actuales tienen para apropiarse o distorsionar las recompensas respecto del valor ofrecido por las personas en el mercado, entorpeciendo gravemente su funcionamiento e imposibilitando un adecuado cálculo económico.
Bajo tales premisas de una economía de mercado, un intercambio comercial entre dos personas termina siendo algo tan sencillo como lo siguiente: Nos encontramos con que una persona tiene un determinado producto o servicio para ofrecer a cambio de una determinada cantidad de dinero, mientras que otra persona tiene esa cantidad de dinero determinada que subjetivamente considera menos valiosa que aquel bien o servicio que se le ofrece, necesita y demanda. De este modo, en cualquier intercambio comercial libre y voluntario, no coaccionado, existe una valoración subjetiva, tanto del producto o servicio a vender como también de la cantidad de dinero a intercambiar por el mismo, de tal modo que ambas partes consideran menos valioso lo que ofrecen y más valioso lo que reciben a cambio, lo cual significa que el que vende un producto o servicio considera menos valioso lo que ofrece que el dinero que recibe a cambio, mientras que la otra parte considera menos valioso el dinero que ofrece a cambio que el producto o servicio que recibe.
Esto nos lleva a la noción de “valor subjetivo” contrapuesta a muchas otras nociones de valor que, aunque falsas, aún se encuentran notablemente vigentes en nuestra cultura, como por ejemplo la teoría sobre el “valor trabajo” contenido en los productos o servicios proveniente del marxismo ya mencionada. No es nuestro propósito hacer un análisis detallado y comparativo de todas las teorías del valor existentes para llegar a proponer la teoría del valor subjetivo como la más razonable y más corroborada hasta el momento, sino solamente sostener a la misma como base de nuestras propuestas, dado que es amplia la literatura al respecto para quien quisiera adentrarse en tales asuntos para analizarlos en detalle.
Así las cosas, todo intercambio comercial naturalmente implica la conciencia subjetiva de ambas partes de estar beneficiándose, porque ambas partes consideran subjetivamente menos valioso lo que ofrecen en intercambio que lo que reciben de la otra parte. Si no fuera así, difícilmente podría darse un intercambio comercial en forma voluntaria y libre.
Esto implica, entonces, que existe una íntima relación entre lo que una persona tenga para ofrecer al mercado de valioso, ya sea en la forma de productos o servicios, y el dinero que a cambio recibirá por parte del mercado por parte de tales valores ofrecidos. Es evidente que, si una persona advierte que ella misma no tiene valor, o que no tiene dones, potencialidades o aspectos únicos los cuales, a través del desarrollo y despliegue personal, pueda transformar en productos y servicios especiales y altamente diferenciados que un mercado demande, es decir, el que no percibe que tenga ese valor en sí mismo, difícilmente podrá ofrecer algo, justamente, de valor, para intercambiar en un mercado a través de cierta cantidad de dinero.
En general, el que perciba que tiene ese valor único y especial que pueda transformar en productos y servicios de alta calidad los cuales, mediante buenas estrategias de comunicación mediante, sean adecuadamente demandados por los consumidores, los cuales se muestren dispuestos a ofrecer adecuadas sumas de dinero por los mismos, difícilmente irá a trabajar para el proyecto laboral ajeno por un salario genérico e indiferenciado, es decir, por meras monedas comparado a lo que por sí mismo podría procurarse, dada la altísima potencialidad intrínseca de cada persona para ofrecer alto valor genuino, sino que trabajará para su propio proyecto porque, justamente, trabajar para otro implicaría reconocer que el valor subjetivo de lo que tiene para ofrecer es muy bajo, de tal modo de que otro pueda ponerle el precio a través de un salario tradicional en base a la oferta de trabajo del mercado proveniente de trabajadores que ofrecen valores de trabajo indiferenciados, lo cual nosotros llamaremos “trabajadores commodities”, cosa que pronto analizaremos.
El incomprendido o negado problema de la escasez
Por otro lado, el problema de la pobreza o de la riqueza material de las personas no tiene su fundamento último, en general, en la malicia de los empresarios explotadores o de los capitalistas salvajes, como usualmente se cree. En general, la creencia de la indolente sociedad, adormecida en la repetición de ideas que ni siquiera comprende, sigue sosteniendo respecto de este tema ciertas ideas de base marxista, ampliamente refutadas las mismas hace ya muchísimos años. Al repetir tales ideas acríticamente, no se manifiestan en absoluto conscientes del ridículo que se hace al sostenerlas pero, al mismo tiempo, sosteniendo las mismas de un modo tan extendido y vehemente en la sociedad, tal vez les haga creer que tal vehemencia pueda consolidar su grado de verdad.
La realidad es que, en el mundo empresarial, como en cualquier otro mundo del ser humano, existen personas buenas y malas, lo cual implica que las personas malas dentro del mundo empresarial no constituyen a la empresarialidad como algo esencialmente malo en sí mismo, del mismo modo que un actor de cualquier otra actividad económica, como por ejemplo, un almacenero, no constituye a la actividad del ser almacenero como esencialmente mala en el caso de encontrarnos con un almacenero malo.
Así las cosas, la pobreza no es producto de la malicia de supuestos empresarios que se quedan con parte de lo que le correspondería al asalariado, sino que existe una estructura de escasez intrínseca al mundo en el cual vivimos, estructura de escasez que hace que no haya de todos los bienes y servicios necesarios para todos los que los necesitan. Además, el ser humano consume la mayoría de sus productos y servicios culturalizados, es decir, que los mismos deben ser producidos por otros seres humanos, lo cual nos lleva a la noción del intercambio en un mercado libre de los productos y servicios que los seres humanos tenemos para ofrecer, al modo de productos culturalizados personales u organizacionales, de modo tal de satisfacer entre nosotros nuestras necesidades inherentes y así tender a minimizar la escasez inherente al mundo en que vivimos.
El mundo es, entonces, en sí mismo escaso, lo cual implica sostener, como recién dijimos, que no hay de todo para todos, y que lo que cada uno necesita además debe ser producido. Esto genera, ciertamente, un problema, dado que la escasez constituye esencialmente al problema de la pobreza y nos plantea el desafío de preguntarnos cuál es el mejor modo de disminuir la escasez que de por sí existe en el mundo. En general, a diferencia de lo que sostienen la mayoría de las personas, como ya se mencionó, es el libre mercado, es decir el libre intercambio de productos y servicios entre las personas, realizado de forma libre y sin coacción por parte de los estados, lo que ha logrado disminuir, a través de la historia, la escasez a márgenes cada vez más pequeños sin nunca, por supuesto, llegar a eliminarla.
¿Cómo habríamos de hacer esto en mayor medida si, justamente, la educación formal no nos ayuda a descubrir las potencialidades, dones y habilidades intrínsecas que tenemos, de manera tal de poder volcar esos dones específicos en productos o servicios que otros seres humanos puedan necesitar y, a modo de intercambio por ellos, podamos recibir un dinero adecuado para nuestra subsistencia material?
Lo que queremos decir con esto es que existe una íntima relación entre el valor que una persona tiene para aportar a través de un mercado de productos y servicios, valor que será tanto mayor en tanto provenga del despliegue de sus habilidades, dones y de todo lo que duerme en esencia individual. En la medida en que ese valor intrínseco de cada persona no se descubra y, por ende, al no descubrirse no pueda ser desplegado, difícilmente esa persona podrá generar productos y servicios de mayor valor que puedan ser intercambiados en un mercado libre por cantidades de dinero cada vez mayores, acordes al grado de valor de lo ofrecido y al modo como el mismo es percibido por sus potenciales compradores.
Justamente es la educación formal, y lo que nosotros sostenemos en este texto, la que dificulta el descubrimiento de ese valor intrínseco de cada persona y, al hacerse eso, dificulta su despliegue laboral bajo la forma de productos y servicios de alto valor que puedan intercambiarse por adecuadas y proporcionales cantidades de dinero, generando de este modo una mayor pobreza o una mayor limitación económica de las personas que hayan quedado en esa situación, comparadas con esas mismas personas en tanto las mismas hubieran podido desplegar en gran parte sus potencialidades y dones potenciales.
La educación formal coarta, entonces, la más genuina fuente de valor del ser humano y, al hacerlo, impide que esa fuente genuina de valor se presente al mercado y se despliegue mediante la forma de productos o servicios de alta calidad que puedan ser intercambiados por la cantidad de dinero proporcional a la calidad indicada, siempre en la medida en que el valor de lo ofrecido sea así percibido por los compradores.
Valor subjetivo y diferenciación: La radical importancia del marketing
Hacer referencia, como hemos hecho mención en los recientes párrafos, a que existe una íntima relación entre el valor intrínseco de determinados productos y servicios ofrecidos en un mercado libre, y la cantidad de dinero que se intercambian por los mismos, podría generar en nosotros una idea que es ciertamente falsa si no se realizan las distinciones y aclaraciones adecuadas. Tal idea implicaría sostener que existe una relación, siempre proporcional o lineal, entre el valor intrínseco de un producto o servicio, y la cantidad de dinero que se recibe por el mismo.
Sostener eso es enteramente falso, motivo por el cual no es raro advertir que, por ejemplo, existen personas muy habilidosas y eficientes en determinado oficio laboral que se ofrecen al mercado y que, no por ello, tienen un buen pasar económico porque puede suceder que tengan poca demanda de su trabajo o porque el mismo no sea adecuadamente remunerado, debido esto a que su valor intrínseco no es adecuadamente percibido por sus potenciales consumidores y que, por ello mismo, se lo considera genérico y de poco valor diferenciado.
Si bien hay una relación entre ambos, es decir, entre valor intrínseco y retribución económica, dado que es usual que se paguen mayores cantidades de dinero por bienes y servicios de mayor calidad, el valor tiene un carácter de subjetividad tal que implica que, aunque algo tenga en sí mismo un profundo valor, eso no necesariamente implicará que ese valor sea un valor tal percibido por alguien que necesite de ese producto o servicio en el mercado.
Esta distinción es muy importante de tener en cuenta, aunque la misma es muy sutil, dado que nos lleva a tomar conciencia de la importancia que tienen, en un mercado libre y no coactivo, los mecanismos de información a través de los cuales presentamos a nuestros potenciales consumidores, es decir, a aquellas personas que podrían necesitar de nuestros productos y servicios, el valor intrínseco de los mismos. Este mecanismo de información al que nos referimos funciona de modo adicional y complementario al mecanismo de información que se constituye en el precio como una señal de la relativa abundancia o escasez de un determinado producto o servicio en un mercado.
Es decir, el precio habla de información respecto de la abundancia o escasez de un determinado producto o servicio y, además y al mismo tiempo, habla del valor en tanto el mismo sea subjetivamente percibido por sus potenciales consumidores. La confluencia de ambos canales informativos constituye dinámicamente el precio: la abundancia o escasez relativa más el grado de valoración subjetiva del producto o servicio de que se trate. Seguidamente, dejaremos un poco de lado la cuestión de la relativa abundancia o escasez que informa al precio para centrarnos en lo que nos importa, lo cual es la percepción del valor subjetivo de los bienes o servicios en tanto los mismos inciden en los precios, aunque prontamente advertiremos que la percepción gradual y cada vez mayor del valor de un producto o servicio lo desgeneraliza en la percepción del potencial cliente y, al hacerlo, lo vuelve subjetivamente más escaso.
En la medida en que la información respecto del valor ayude a tales potenciales consumidores a percibir cada vez más el valor intrínseco de lo que tenemos para ofrecer, la cantidad de dinero que ellos estarán dispuestos a ofrecer por esos productos y servicios será paulatinamente mayor. Esto implica que el intercambio entre valor y cantidades monetarias tiene un fundamento último, el cual es el valor en sí mismo considerado del producto o servicio ofrecido, pero también tiene un fundamento secundario, mucho más relevante y más próximo que se relaciona con el modo en que un potencial interesado por esos productos y servicios pueda percibir ese valor y demandarlo. Ambas cosas van juntas, siendo la última de ellas, es decir, el mecanismo de información mediante el cual se ayuda a potenciales consumidores a descubrir el valor intrínseco de un producto o servicio, algo que en la cultura contemporánea suele considerarse malvado, como si su misma denominación fuera una mala palabra o sea algo enteramente manipulador: nos referimos a las estrategias de comercialización y marketing las cuales, como ya mencionamos que sucede en todo lo humano, pueden ser buenas o malas en la medida de las intenciones que se sigan de ellas por quienes las aplican.
El marketing no es algo malo o manipulador en sí mismo considerado, como habitualmente se piensa, sino algo enteramente fundamental para ayudar a las personas a salir de la pobreza en tanto tengan la habilidad de informar, hermenéutica mediante, a sus potenciales clientes de las virtudes de los productos o servicios que ofrezcan, en la medida en que los mismos sean proporcionales al valor que surge de las habilidades personales poseídas surgentes de su esencia personal.
Lo que queremos recalcar en este apartado es que buenas y genuinas estrategias de marketing y comercialización son indispensables de ser aprendidas por las personas que hayan desplegado o estén en camino de desplegar en gran parte sus potencialidades y dones latentes en forma de estrategias laborales que se constituyan en productos y servicios de gran calidad en el mercado. Esto implica que el grado de calidad de lo ofrecido debe ser informado a través de canales de marketing y comercialización sanos, honorables y honestos, para que los potenciales consumidores e interesados en esos productos y servicios puedan percibir de forma cada vez más profunda el valor intrínseco de lo que así se ofrece, de tal manera de que estén dispuestos a ofrecer mayores cantidades de dinero por esos bienes y servicios que necesitan.
Al diferenciarse un determinado producto o servicio a través del buen marketing, de otros productos o servicios concebidos como similares por sus potenciales consumidores, es decir, al serles enseñados a esos potenciales consumidores el valor intrínseco del mismo, eso necesariamente lo diferenciará, en la cabeza hermenéutica del consumidor, del conjunto de productos y servicios que considera perceptivamente iguales o similares y, al hacerlo, lo colocará en una categoría propia y diferente donde tenderá a estar más solo y, por ende, tenderá a ser percibido como más escaso, lo cual favorecerá a incrementar también su precio y la cantidad de dinero que esos potenciales consumidores estarán dispuestos a intercambiar por él. Esto implica que no solo el valor del producto o servicio tiene una faz subjetiva sino que también lo tiene la escasez. Un determinado producto o servicio podrá, así, ser percibido como más escaso en la medida en que se ayude a sus potenciales consumidores a tomar conciencia de sus valores intrínsecos a partir de buenas estrategias de marketing.
De este modo, es esencial para el ser humano que anhela tener adecuadas chances de tener buen pasar material en su vida adulta, que maneje, conozca y pueda aplicar adecuadas estrategias de marketing y comercialización respecto de los productos y servicios que tenga para ofrecer, en la medida de que los mismos sean el fruto del despliegue de sus habilidades y potencialidades personales, de tal modo de poder ayudar a los consumidores a descubrir el valor intrínseco de eso que tiene para ofrecer y, de ese modo, lograr que los mismos ofrezcan cada vez mayores cantidades de dinero por los mismos, ya sea porque en sí mismo se percibe un mayor valor, ya sea porque la diferenciación que ejerció el buen marketing en la cabeza del consumidor lo hizo percibirse como más escaso y único. Esto implicará, obviamente, que en tanto mayores sean las cantidades de dinero ofrecidas en intercambios por productos o servicios de alta calidad, en la medida de que haya consumidores necesitando esos productos y servicios, el que los ofrezca, al recibir cada vez mayores cantidades de dinero, podrá ir solucionando sus problemas de escasez familiares, personales y comunitarios de modo cada vez más eficientes.
La desaparición del valor genérico: El ser humano como “commodity laboral”
El valor genérico y similar que tienen los graduados de la educación formal, ya sea de las personas provenientes de los ámbitos secundarios, ya sea de las que provienen de ámbitos terciarios o universitarios, es tal que los constituye como proveedores de un valor laboral de tipo “commodity”, es decir, ofrecen un trabajo de bajo valor, significativamente genérico y de poca diferenciación. Esto transforma a tales trabajadores en oferentes laborales indiferenciados y, por ende, los constituye como completamente intercambiables unos por otros porque, justamente, los mendicantes laborales graduados de la educación formal tienen, como ya analizamos, habilidades muy básicas y esenciales que, en general, todos ellos comparten de modo similar y muy poco diferenciado.
Es decir, al no haberse ayudado a desplegar las potencialidades únicas y esenciales de cada una de tales personas a través de su supuesta educación, el cual despliegue es, como dijimos, la fuente más genuina de valor significativo de cada ser humano, valor que, al desplegarse, los ayudará a diferenciarse notablemente como oferentes laborales, todos ellos aparecerán ante el consumidor de fuerza laboral como idénticos, genéricos y similares. Se constituye así, una oferta laboral de escaso valor genéricamente compartido por todos los oferentes, es decir, estamos ante una legión de seres humanos transformados en “commodities laborales”.
De este modo, el ser humano asalariado y mendicante, transformado en un commodity laboral, se vuelve un simple “número” completa e indiferenciadamente intercambiable con otros seres humanos como si fueran meros muñecos. Un zombie laboral. Si una empresa necesita un empleado asalariado para cubrir determinado puesto, dado que los aspirantes a tal puesto serán seres humanos diferentes en tanto seres humanos individuales pero que otorgarán un mismo valor laboral genérico, se les otorgará una remuneración de tipo fija para ese puesto a cualquiera que indistintamente lo ocupe porque no se considerará que la persona particular que vaya a ocupar ese puesto tenga algún valor destacado especial o diferenciado que haga necesaria una retribución diferente a la retribución genérica y habitual. Debemos aclarar que los casos de oferta de valor laboral altamente diferenciado existen, aunque son realmente excepcionales en las organizaciones de hoy.
El asalariado commodity es, entonces, un ser humano reducido a la categoría de un muñeco o un simple “número” reemplazable por cualquier otro asalariado commodity, dado que todos los que surgen de la educación formal son, en cuanto a su valor laboral ofrecido, bastante similares y asimilables. Esto implica que si, por ejemplo, se presenta el caso de que renuncie determinado empleado de un particular puesto laboral o, si tal puesto laboral queda vacante, se lo reemplazará automáticamente por otro empleado commodity que aplique para el determinado puesto en cuestión, considerándolo a priori exactamente igual o similar en cuanto a su valor ofrecido que su antecesor, aunque esa persona tenga habilidades humanas especiales, o sea alguien que ofrezca mayor valor que la media. Esto, ciertamente, generará mucha frustración a las pocas personas que, por el motivo que sea, sean capaces de ofrecer significativamente un mayor valor laboral que el promedio porque se sentirán no adecuadamente valorados y remunerados, siendo que se los tratará habitualmente y por defecto somo si fueran también meros commodities.
Por ejemplo, es habitual que un puesto de ingeniero eléctrico en una organización tenga un salario a priori determinado y, que tal puesto sea siempre otorgado a asalariados de tipo commoditiy, graduados ellos de la universidad como ingenieros eléctricos y, todos ellos, en su mismo campo de graduación universitaria, sean considerados muñecos intercambiables unos por otros, la justificación de lo cual es la indiferenciación ya analizada, más allá de las habilidades técnicas particularmente poseídas.
Esto será completamente inadmisible en un mundo donde, además de las habilidades técnicas y de los conocimientos necesarios habituales que debe proveer la educación, las personas también sean ayudadas a despertar y a desplegar las potencialidades que duermen en su esencia individual más profunda. De este modo, al transitarse educativamente un camino tal, ya no habrá, siguiendo con el ejemplo anterior, dos ingenieros eléctricos iguales que hayan de ser considerados genéricamente “commodities laborales” sino que, más allá de sus habilidades específicas y técnicas como ingenieros eléctricos, las potencialidades desplegadas de su esencia individual transformará a cada uno de ellos en seres humanos ingenieros eléctricos completamente diferentes y, por ende, transitando tal camino tenderá a desaparecer el valor commodity asignado a ellos porque su valor laboral no se limitará solo al ámbito de las habilidades genéricas o técnicas específicas que posean sino que se adicionará a ello todo el mundo de riqueza, creatividad y genialidad que surge de la esencia individual de cada ser humano.
Dado que, como reiteradamente hemos mencionado, es la educación formal la que transforma sistemáticamente a sus graduados como trabajadores asalariados genéricos, con un mínimo valor similar compartido por todos ellos, es justamente la demolición de esta perversidad que genera la educación formal en las personas lo que va a eliminar este tipo de trabajadores commodity que reciben un salario mínimo y genérico por actividades y habilidades mínimas compartidas por todos ellos, que son las que han aprendido dentro de la educación formal. Además, la diferenciación genuina va a ayudar a minimizar las degradantes, aunque, en cierto modo, fundadas actitudes de los contratantes laborales relacionados, que consisten en considerar a sus empleados como meros “muñecos” intercambiables o “números” indiferenciados en una nómina. Nadie que sea ayudado a desplegar la luz que duerme dentro suyo podrá jamás ser considerado un simple muñeco o un número por más empeño que se ponga en ello. Nadie tira un diamante por la ventana.
Una importante objeción a las ideas planteadas
Analizando los párrafos precedentes, una persona podría fácilmente presentarnos la siguiente objeción: si consideramos el caso de una persona que no haya pasado a través la educación formal tradicional, de modo tal que, por no haber concurrido a la misma, no sepa, por ejemplo, leer, escribir o realizar operaciones matemáticas básicas, por mencionar sólo algunas pequeñas habilidades básicas que allí se aprenden, difícilmente esa persona pueda ingresar como oferente de valor a un mercado laboral para ofrecer su trabajo, de tal modo de ganarse así su sustento material.
De ese modo, esa persona que no hubiera concurrido a la escuela formal, no tendría oportunidades de obtener un beneficio económico y, por lo tanto, estaría casi seguramente condenada a la pobreza.
Esta objeción, la cual de algún modo se funda en la misma idea que abona la noción ya analizada de que el sistema educativo formal actual es la vía regia que va a ayudar a sacar a las personas de la pobreza, planteada solo en estos términos aquí planteados, es enteramente cierta: una persona que no sepa leer o escribir, o que no sepa sobre matemática básica, o que no tenga los rudimentos elementales y necesarios para tomar un trabajo o ejercer un oficio, difícilmente podrá ser contratada u ofrecer algo al mercado en forma autónoma y, por ende, difícilmente podrá tener ingresos para ganarse su sustento, lo cual casi necesariamente lo constituirá en alguien pobre o muy limitado económicamente.
La cuestión que nosotros sostenemos no implica negar la importancia que esas habilidades básicas y esenciales tienen para la vida laboral del ser humano, sino que lo que específicamente sostenemos es que la misma posibilidad que brinda el aprendizaje de esas habilidades dentro del sistema educativo formal presentan, a su vez, una limitación muy grande que coarta las posibilidades de desarrollo del aprendiz, lo cual se constituye a través de nuestra denuncia de que la persona que procede de tal sistema formal de educación, al estar amaestrado o adiestrado, solamente puede ir a trabajar para proyectos ajenos porque solamente tiene como valor para ofrecer esos mínimos rudimentos humanos mencionados, pero no más que eso.
La escuela formal, al mismo tiempo que eleva levemente la oferta de valor que un ser humano laboralmente puede ofrecer, le pone un techo muy bajo: se queda atrapado de por vida en la oferta de esos mínimos rudimentos. Es decir, la escuela formal nos adiestra para ejercer automáticamente habilidades básicas o no tan básicas y, al hacerlo, anula por su mismo método la posibilidad del descubrimiento y posterior despliegue de las potencialidades más profundas y ricas de cada persona, la cual es su fuente más genuina de valor. De este modo, podemos sostener que en la escuela formal se aprenden habilidades rudimentarias al precio de renunciar a ser quienes estamos llamados a ser manifestando habilidades extraordinarias que todos en potencia tenemos.
El principal perjuicio del aprendiz de la escuela formal, aun bajo el sospechoso beneficio que consiste en solo aprender a leer, a escribir o en aprender habilidades rudimentarias semejantes, es que el altísimo precio que ha pagado por ello es que no se lo ha ayudado desplegar sus potencialidades, dones y habilidades más ricas y profundas que duermen en su esencia personal e individual, es decir, en la esencia personal de cada alumno, la cual es su fuente más genuina de valor en función de la cual podrá desarrollar trabajos personales e individuales, o en relación de dependencia, a través de los cuales puedan ofrecerse al mercado productos o servicios de altísima calidad para que puedan ser recompensados mediante el dinero de quienes prefieran y demanden esos productos o servicios.
Si solamente se sabe leer escribir, o si solamente se manejan los rudimentos de las matemáticas básicas o de alguna habilidad técnica adicional, únicamente se podrá trabajar para proyectos ajenos como un mero engranaje ciego dentro del proyecto de ese otro, y esto implicará abrir el camino para cercenar las grandes posibilidades de recompensa económica que puede tener esa persona si desplegara quien está llamada a ser, limitándola sólo a recompensas en cuanto a las habilidades básicas que ha recibido a través del adiestramiento continuo dentro de la educación formal actual.
Obviamente que el adiestrado repetidor de números o de ideas tendrá más valor para ofrecer que aquél que ni siquiera pueda hacer eso. Sin embargo, nuestras ideas apuntan a poner de relieve que ambos, es decir, quien nunca ha ido a la escuela conjuntamente con el graduado típico de la educación formal, estarán muy lejos de lo que un ser humano tiene de valioso para ofrecer si es capaz de desplegar efectivamente muchos de sus dones y potencialidades más profundas. Esto implica que una educación genuinamente humana, por supuesto que debe incluir el aprendizaje de todos esos rudimentos básicos y elementales ya mencionados como medios para el desarrollo de las potencialidades de cada ser humano y no como un fin en sí mismo carente por completo de sentido.
Sin embargo, nunca debe tal educación desarrollarse al modo en que lo hace la educación formal actual, es decir, pagando el precio de jamás desarrollarse la individualidad de cada ser humano en pos de solo aprender esos rudimentos y trucos básicos que nos enseña tal supuesta educación.
¿Por qué habríamos de, educativamente, conformarnos con aprender unos simples trucos básicos y elementales si, al mismo tiempo que podríamos aprender todo eso, también podríamos ayudar a cada alumno y aprendiz a descubrir quién está en verdad llamado a ser, y ponernos al servicio de desplegar eso mismo que él está llamado a ser para que, a través de los distintos ámbitos de su vida, pero especialmente en lo que toca al tema principal de este artículo, es decir, en el campo laboral de su misma existencia, pueda desplegar esos dones y potencialidades personales, para así constituir productos y servicios de altísima calidad los cuales, como ya mencionamos, puedan ser intercambiados por, paulatinamente, cada vez mayores y más grandes cantidades de dinero, en la medida en que, sano marketing mediante, la persona pueda ayudar a sus potenciales consumidores a descubrir el profundo valor intrínseco de lo que tiene para ofrecer?
El mundo del asalariado como el mundo que habitan los invalidados por la educación formal
Si reflexionamos aún más en profundidad sobre las consecuencias de todo lo que venimos diciendo sobre la influencia nefasta que tiene el pasaje del ser humano a través de la educación formal, específicamente en cuanto al modo en que fomenta la carencia de desarrollo y de despliegue de las habilidades y potencialidades personales más profundas de cada persona, la cual es sin duda su fuente más genuina de valor, valor que, transformado adecuadamente en un producto o servicio que pueda ser ofrecido al mercado y, ayudando a ese mercado de potenciales consumidores, a través de un marketing honorable y bueno, a tomar conciencia de ese valor, ese mercado podrá ofrecer paulatinamente cada vez mayores cantidades de dinero por ese producto o servicio y así ayudar a minimizar las necesidades económicas de la persona y las de su familia y, por ende, ayudar a matizar los efectos de la escasez de la comunidad en que vive.
Ahora bien, la persona resultante de la educación formal, es decir el graduado típico, al que hemos identificado como un verdadero y lastimoso mendicante laboral, es decir, el ser humano que al culminar la escuela secundaria y aún la universitaria sale en busca de un trabajo asalariado, debemos preguntarnos ahora si ese trabajo asalariado, el cual esa persona concibe como su única posibilidad laboral, no es, en realidad, el único tipo de trabajo al que puede aspirar, dada la carencia de valor intrínseco que tiene, en función de que solamente puede manifestar habilidades básicas, elementales o también altas especializaciones técnicas, pudiendo incluso ser las mismas de gran complejidad. Esto implica que, para nosotros, el camino que es la educación formal en sí misma conduce casi necesariamente a un tipo de trabajo concebido de un modo unívoco, el cual es el trabajo asalariado.
El trabajo asalariado implica, esencialmente, trabajar para un proyecto laboral y existencial ajeno y, al hacerlo, renunciar tácitamente al propio, aunque no se tenga conciencia de tal renuncia debido a haber pasado a través de la educación formal que niega e ignora tales caminos de desarrollo y despliegue individual para cada persona. Además, el escaso valor que el graduado de la educación formal tiene, debido al ya reiterado hecho de que, bajo las premisas de tal sistema, no se le ayuda a descubrir su esencia individual en camino de despliegue, la cual es su fuente más genuina de valor, ese escaso grado de valor, entonces, solamente puede encontrar correlación laboral en un proyecto ajeno que apenas le retribuya por las habilidades técnicas y elementales que haya aprendido en la educación formal, y nunca se le compense por ese valor que aún duerme dentro de su esencia individual porque, por supuesto, no se compensará por la potencia pasible de despliegue sino por las habilidades plasmadas en acto dentro del ámbito laboral.
¿Qué sentido tendría salir a mendigar lastimosamente un trabajo asalariado para una persona que descubra la maravilla de la potencialidad, los dones y las habilidades que duermen en su esencia personal y que, luego de descubrirlas, emprenda un camino de desplegarlas en el mundo y, al hacerlo, sea capaz de encontrar la faz laboral a través de la cual las pueda desplegar en forma de productos o servicios de alta calidad? ¿Iría esa persona a trabajar, por meras monedas, en un proyecto laboral ajeno? Creemos que no y, si lo hace, lo hará porque no le queda más remedio, es decir, porque la educación formal lo ha invalidado de tal modo que casi lo ha condenado a ese tipo de existencia laboral comoditizada donde, de un modo análogo a como sucede en la educación formal, se realizan solo actividades automáticas, carentes enteramente de sentido, brindando muy poco valor y limitada productividad, motivo por el cual su remuneración será siempre baja comparada con la que podría llegar a ser si en verdad desplegara aquél que está llamado a ser y que duerme dentro suyo.
El mundo del asalariado no es un mundo en sí mismo malo y decadente, sino que lo es en tanto el mismo se encuentre conformado solamente por graduados invalidados de la educación formal. Es ese mundo asalariado el que nosotros criticamos constantemente en nuestros textos, lo cual no implica que pueda llegar a existir un mundo del trabajo asalariado con pleno sentido donde las personas puedan dar el mejor valor de sí, aunque hayan decidido trabajar para proyectos existenciales laborales ajenos, sin que necesariamente eso implique renunciar a los propios, dado que es posible un modo laboral organizacional conjunto donde los proyectos existenciales de las personas que integran tal organización se integren y honren dentro de los objetivos visionados de la organización.
La educación formal de hoy adiestra a las personas para concebir el trabajo de un solo modo: como asalariado en los términos planteados, es decir, en relación de entera dependencia y mendicidad. En el “mundo de asalariado”, donde todos culturalmente vivimos, se encuentra naturalmente escindido el sentido de la vida personal del sentido del propio trabajo. Este último, en general, no tiene ningún sentido y consiste en una mera actividad mecánica y automática, enteramente ciega. Por ende, en tal mundo solo tiene algo de sentido vital el tiempo ocioso, enteramente vacío, que no sea laboral, es decir, lo que este tipo de asalariado ama como si fuera su paraíso: las vacaciones, los feriados, los descansos y los fines de semana. Su vida se encuentra escindida entre el infierno en que consiste su trabajo de mendigo laboral, y su paraíso compuesto por todo su tiempo no laboral.
De este modo, a lo largo de tantos años en que habitamos el mundo del asalariado, va haciéndose rígida en nosotros la idea de que vivir con sentido y plenitud o, al menos, de que la vida ideal y deseada, consiste solo en transitar el ocio vacío y característico del vano descansar, del disfrutar superficial y hedonista como algo en sí mismo valioso y del mero pasarla bien. Así las cosas, la educación formal se ha asegurado un sistema de alienación humana sin escape: cuando el hombre trabaja, ese trabajo no tiene ninguna relación con el sentido de su existencia. Cuando no trabaja, incluso cuando ya se haya jubilado, el añorado descanso ocioso, vacío y sin real sentido existencial se configurará como la vida ideal y añorada.
Vacío cuando trabaja y vacío cuando no trabaja. De este modo, el hombre transita sus días por la tierra. Y todo gracias a la educación formal, el dios perverso secular que merece morir, pero que todos defienden con uñas y dientes.
El docente de la educación formal: el imprescindible verdugo banal
Para el que tome conciencia de este tipo de problemas que venimos refiriendo respecto de la educación formal, la sociedad, en tanto constituye el conglomerado de muchos de los que toman tal consciencia, en su adormecimiento típico derivado de que ella misma es producto de la educación formal, podría exigir a los docentes mismos del sistema formal un cambio en estos factores para el que la educación, en sí misma, cambie. Este pedido es completamente absurdo porque son los docentes la mano verduga que implementa, en el día a día, todas estas políticas de anulación sistemática de la naturaleza del ser humano que habita en cada uno de sus alumnos.Los docentes se constituyen como Einchmanns de pacotilla, al modo arendtiano, que solo conducen trenes a horario sin que les importe demasiado adónde tales trenes conducen. Algunos de ellos son muy buenos y humanos, dignos de las más altas estimas, pero siguen conduciendo trenes a destinos inaceptables. Esto no implica condenarlos o juzgarlos pero sí reconocer que no son ellos inocentes en la tragedia a la que, dentro del sistema formal de educación, cotidianamente se asiste, sino que son la mano brutal indispensable que el sistema necesita para producir sus efectos de anulación e invalidación humana que le son propios. ¿Podríamos confiar, entonces, en estos agentes, para realizar un cambio genuino en educación? Creemos que no.
La perpetua hora del despertar
Si bien hemos sostenido con insistencia que la misma dinámica del sistema educativo formal casi que condena al ser humano que lo atraviesa a una existencia sin sentido y sin desarrollo del valor personal potencial, esto no implica necesariamente que el ser humano pueda ser considerado solo una víctima de tal sistema como si nada pueda hacer sino que, por ser un ser intelectual y volitivo libre, tal ser humano debe brindar su aval a tal camino de dilución constante de su ser. Debe, para que se perpetúe en su existencia, convalidarlo cotidianamente. De ese modo, se va constituyendo, a medida que el ser humano va creciendo en años y en madurez, una perpetua hora de despertar y de salir de esa posición de opresión finalmente voluntaria, si es que realmente quiere hacerlo. La conciencia de una vida vacía y alienada nos coloca siempre frente al desafío existencial de despertar del camino del zombie existencial en el cual nos ha ayudado a transformarnos la educación formal, para comenzar a recorrer un camino pleno de sentido y plenitud para nuestra existencia. Aunque la educación formal tenga tal grado de responsabilidad perversa en la anulación de seres humanos, no podemos desentendernos de que el ser humano adulto, aunque bastante alienado, sigue teniendo su propia existencia en sus propias manos, y que el vacío de la alienación existencial en que vive se constituye como un despertador perpetuo que lo orientará hacia el camino del sentido existencial, si es quiere comenzar a recorrer tal camino abandonando el trivial descanso de asalariado que lo seduce.
Es decir, llega un momento de la vida cuando, aunque advirtamos que la educación formal nos haya arrastrado por un camino de perdición, será nuestra entera responsabilidad seguir transitando indolentemente tal camino de perdición o salir del mismo para encontrar nuestro genuino camino. La posibilidad de despertar existe a cada momento y es nuestra entera responsabilidad tomar dicho camino. Todos sus condicionamientos serán siempre comprensibles pero nunca deben tomarse los mismos como lo que en verdad son: meros condicionamientos que siempre dejan, en más o en menos, un margen genuino de acción libre.