El investigador estadounidense sobre la acción y el comportamiento de las personas en los entornos organizacionales, Chris Argyris, quien ha guiado mucho de mi formación al respecto, y ha sido mi autor de cabecera en todo aquello que hace a mi trabajo como consultor organizacional, distingue entre dos conceptos que son interesantes de analizar: el primero de ellos es, lo que él llama, "teorías en uso”, al segundo lo llama "teorías adoptadas".
Para facilitar la comprensión de estas expresiones podemos renombrar a las teorías en uso como "teorías encarnadas", y a las teorías adoptadas como simplemente entendemos por "teorías". Cuando una persona habla de “teorías” o habla teóricamente, en términos de Argyris usualmente se encuentra en el mundo de las teorías adoptadas.

El autor sostiene que las teorías encarnadas o teorías en uso son aquellas que verdaderamente guían nuestro actuar pero que, sin embargo, si alguien nos interrogara sobre los fundamentos de nuestro actuar, no recurriríamos a las teorías encarnadas o teorías en uso para fundamentar nuestra acción, sino que simplemente recurriríamos a otras teorías diferentes: las teorías adoptadas. Un mundo teórico diferente.
Esto implica que en cada persona conviven, al menos, dos mundos teóricos diferentes: el que gobierna la acción y las prospectivas para la acción, las teorías en uso, y las teorías que la persona “cree” que gobiernan sus acciones y de las cuales surgen sus prospectivas para la acción, las teorías adoptadas.
Las teorías en uso están esencialmente implícitas en nuestro actuar, y aunque suelen no evidenciarse en las explicaciones que damos sobre las razones de nuestro propio actuar, como acabamos de mencionar, se encuentran esencialmente en la base fundante de lo que hacemos. Esto implica que son las que le dan forma a nuestro comportamiento porque son las que contienen, generalmente de manera inconsciente, irreflexiva o transparente para la propia persona, su comprensión esencial del mundo y, por ende, su modo de actuar frente a él.
Argyris encontró que, en las personas, en las organizaciones y en los grupos humanos operativamente deficientes, existe una disociación entre lo que las personas hacen, y el modo en que explican las teorías que operan y fundamentan eso que hacen.
Esto implica que estos dos mundos teóricos pueden entran en colisión generando una especie de patología: teorías en pugna dentro de la misma persona. En su modo saludable, estos dos mundos teóricos coinciden, son uno solo.
Esta disrupción o disociación que ocurre dentro de la persona conduce a la ilusión, en el observador externo, de llegar a considerar que la persona es y piensa, en verdad, según lo que ella misma expone en su propia explicación respecto de su actuar. Sin embargo, creer esto es enteramente ilusorio porque de esa explicación no puede fundarse un modo de actuar contradictorio con esa misma explicación, que es el caso que estamos analizando y que Argyris denuncia.
Esto genera, obviamente, problemas en los debates y diálogos interpersonales porque una persona puede sostener, a la vez, una teoría en uso para explicar un determinado problema y, al mismo tiempo, proponer una teoría diferente, una teoría adoptada, para solucionar ese mismo problema.
Se genera, de este modo, una Babel inevitable dentro de la misma persona y desconcierta al interlocutor porque no sabe con cual de las dos personas escindidas está hablando.
Nuestra conjetura consiste en sostener que el liberalismo argentino será aniquilado por el "liberalismo", sí, entre comillas, es decir, por los falsos liberales. Es decir, hay personas, millones de ellas, que piensan como liberales, que enseñan como liberales, que pueden citar de memoria a grandes autores liberales como Hayek y Mises, pero que no son verdaderamente liberales. Son liberales en cuanto a sus teorías adoptadas, pero no en cuanto a sus teorías en uso.
Y si una persona es lo que hace, más no lo que piensa, no se será genuinamente liberal en tanto las teorías en uso de una persona no sean liberales.
Se trata del caso paradigmático de Javier Milei y, en general, de la mayoría de las personas que lo han votado o que defienden su fascismo y totalitarismo. Hemos llegado a este punto en el mecanismo eleccionario de Argentina justamente porque creemos que Milei es, en verdad, liberal. Y sólo puede creerse que Milei es liberal si, a su vez, una persona es de algún modo como él, es decir, si puede hablar o escribir o enseñar, sobre el liberalismo, pero advirtiendo que ese liberalismo no aparece ni en rastros mínimos en el actuar cotidiano de esa persona.
La Argentina se condena por la creencia de que Milei es liberal, y solamente pueden creer en su “liberalidad” aquellas personas que creen que ser liberal es pensar como liberal y no actuar como tal.
Es más liberal, a mi modo de ver, el dueño del kiosco de la esquina de mi casa, que no conoce a Hayek y que nunca ha leído "La acción humana", que el mismo Milei o que tantos otros supuestos liberales que encontramos en debates cotidianos que dilapidan su autoridad académica por no ser conscientes de la mencionada disociación dentro de su propia persona.
¿No llama la atención, acaso, que en Argentina, los referentes del liberalismo sean casi todas personas del ámbito eminentemente teórico? Profesores, académicos, vehementes declaradores. Todas personas que habitan la mayor parte del tiempo el ámbito de las “teorías adoptadas”.
Y quienes habitan tales ámbitos tienen un riesgo mucho mayor de caer en la escisión mencionada.
Pero a un liberal lo hace su teoría en uso y no “las ideas de la libertad” sostenidas solamente desde el discurso.
Podrá una persona decir lo que quiera, pero su actuar vital y su prospectiva para la acción es el elemento a tomar en cuenta para verificar su grado de “liberalidad”.
Cfr. Argyris, C., Putnam, R., Smith D.M. 1985. Action Science: Concepts, Methods, and Skills for Research and Intervention. San Francisco: Jossey-Bass. y Argyris, C. 1993. Knowledge for Action: a Guide to Overcoming Barriers to Organizational Change. San Francisco: Jossey-Bass.
Muchas gracias por la ilustración sobre la obra de Argyris, autor que no conocía. Agregaría que, en el caso del liberalismo, esa disociación tan clara para unos pocos de nosotros, resulta más gravosa aun ya que el liberalismo es una filosofía de vida, que trasciende teorías políticas y económicas adoptadas. Quien cacarea "es el el respeto irrestricto al proyecto de vida ajeno, a la vida, la libertad y la propiedad" cae en el terrible error de no reconocer los límites que la moral y las instituciones (en el sentido del término que usa Douglas North) imponen como necesarios y eficientes para la convivencia en sociedad. Límites indiscutibles para el liberalismo clásico. "Irrestricto" significaría aceptar la pedofilia, el totalitarismmo o el maltrato, por ejemplo, si esas conductas fuerran parte del "proyecto de vida ajeno"?
Muchas gracias profesor por su claridad expositiva. Como liberal practicante, no puedo más que felicitarlo por la identificación del problema, y lamentar -anticipadamente- el fracaso rotundo de las políticas de Milei. Pero más grave aún, el daño irreparable que está causando al liberalismo.
¡Muchas gracias por tu comentario tan reflexivo y enriquecedor! Me alegra saber que la referencia a Argyris resultó de interés y que el análisis sirvió como punto de partida para profundizar en los desafíos contemporáneos del liberalismo.
Coincido plenamente con tu observación: el liberalismo, entendido en su sentido más profundo, trasciende la mera esfera de las políticas públicas o la economía. Es, como bien señalás, una filosofía de vida que exige coherencia ética y una comprensión madura de los límites necesarios para la convivencia pacífica y el respeto mutuo.
Tu crítica al uso acrítico de la expresión «respeto irrestricto al proyecto de vida ajeno» es sumamente pertinente. El liberalismo clásico, desde John Locke hasta Friedrich Hayek, siempre reconoció que la libertad individual no es absoluta, sino que está enmarcada por límites morales, jurídicos e institucionales. Como bien mencionás, Douglas North nos recuerda que las instituciones (formales e informales) son esenciales para reducir la incertidumbre y facilitar la cooperación social.
Aceptar un «respeto irrestricto» sin matices llevaría, como señalás, a paradojas morales inaceptables: ¿podríamos tolerar la pedofilia, el totalitarismo o el maltrato bajo la excusa de que forman parte de un proyecto de vida? Por supuesto que no. El liberalismo clásico establece límites claros: la libertad de cada individuo termina donde comienza la de los demás, y el respeto a la vida, la libertad y la propiedad ajenas implica necesariamente la existencia de un marco normativo y moral que impida los abusos y proteja los derechos fundamentales.
Tu preocupación sobre el daño que ciertas interpretaciones extremas o superficiales pueden causar al liberalismo es muy válida. Cuando el liberalismo se reduce a consignas vacías o se lo utiliza como justificación para políticas que ignoran la complejidad de la vida social e institucional, se corre el riesgo de desacreditar una tradición intelectual riquísima y vital para la democracia moderna.
El caso de Milei es paradigmático: su retórica, muchas veces confrontativa y maximalista, puede terminar asociando el liberalismo con el dogmatismo, el desprecio por las instituciones y la insensibilidad social. Esto, lejos de fortalecer la causa liberal, puede dejar heridas profundas y dificultar la tarea de quienes, como vos, buscan practicar y promover un liberalismo responsable, humanista y compatible con la convivencia democrática.
Te agradezco nuevamente por tu aporte, que enriquece el debate y nos recuerda la importancia de mantener viva la autocrítica y la reflexión intelectual dentro de cualquier corriente de pensamiento. El desafío es grande, pero también lo es la oportunidad de contribuir a una visión del liberalismo que sea, a la vez, fiel a sus principios y sensible a las realidades y límites de la vida en sociedad.
Un cordial saludo y quedo abierto a seguir dialogando sobre estos temas tan apasionantes.